Desde toda una extensa zona del SO. de Galicia, que puede decirse alcanza desde los altos de Amoeiro, una buena parte de la cuenca media del Miño y los ondulantes macizos de la Martiñá. hasta los altivos Montes del Testeiro, la dilatada Sierra del Suido y la robusta mole del Faro tic Avión, son visibles y destacan ostensiblemente por sus recortadas y caprichosas siluetas, tan en contraste con el viejo y gastado perfil del paisaje gallego, los agrestes picos de Pena Corneira.
Constituyen una larga sucesión de elevados montículos rocosos que levantan hacia el cielo, modeladas por el viento, la lluvia y el hielo, sus agudas flechas pétreas. Son estos picachos de alturas distintas y se asientan formando un amplio anfiteatro natural, que cobija en su interior y sobre el escalonado descenso de pintorescos oteros, los pueblos que constituyen las parroquias de Faramontaos, Lamas, Abelenda, Orega, Beiro, Berán y Beade.
No es posible, al menos por ahora determinar con exactitud qué tierras alcanzaba esta denominación, tan frecuentemente citada en documentos medievales, si bien se supone con algún fundamento que, ellas serían las comprendidas entre las cuencas del Miño y del Avia y en torno a Ribadavia. Lo que sí puede aceptarse con arreglo a su significación literal, es que designaba un territorio abundante en fortalezas. Como dice muy bien el P. Eiján (2) refiriéndose a la crecida cantidad de castillos existentes en otro tiempo, solamente en cuatro leguas a la redonda dentro del término de Ribadavia se cuentan la de La Mota, La Franqueira, la de Nóvoa. Pena Corneira, Orcellón. Castro Cavadoso, Cabanelas, Roucos, Sande, Castro de Miño y «Bou Bou» o Castro de Veiga.
Pero si bien la mayor parte de estas fortalezas han sido ya de antiguo identificadas en su emplazamiento, unas por conservar actualmente sus nombres, otras por el recuerdo aÚn presente de su importancia histórica y otras por la investigación erudita, quedan dos, somente, de las cuales hasta ahora no fue posible hallar sus restos; ]a de San Juan de Pena Corneira y la de Orcellon.
En lo que concierne a] castillo de Pena Corneira, al cual dedicamos hoy estas notas, aparte la referencia geográfica tan conocida que le da nombre puede decirse que estuvo hasta el presente sumergido en el olvido. Una insistente búsqueda por nuestra parte verificada a través de aquellas enormes masas de rocas, nos permitió descubrir sobre una estrecha plataforma que corona el picacho contiguo al de la gran peña por su lado de Naciente abundantes restos de muros. en su casi totalidad derruí dos, aunque no lo bastante para dejar de comprobar ]a existencia en aquel lugar del histórico castillo. Extraña, ciertamente, el desolador aspecto de sistemática ruina que aquellas edificaciones debieron padecer, pues la cantidad de sillares y piezas graníticas que cubren las profundas grietas que dejan entre sí las rocas es enorme.
La subida a la plataforma que sirvió de asiento al castillo ha de hacerse hoy forzosamente por una senda confusa y abrupta a través de la pétrea formación. Desde luego, aquel singular emplazamiento ofrecía un punto elevado y solitario, corno nido de águilas, extraordinariamente favorable a la vigilancia constituyendo, además, un imponente lugar estratégico, lo que justificó, en gran parte, el papel que llegó a desempeñar en la historia medieval de Galicia (lám. I, b).
En cuanto al origen de la fortaleza, ninguna noticia (le origen documental o literario viene en nuestra ayuda. Nos atendremos, tan sólo, al resultado de la exploración que hemos podido efectuar por’ aquellos lugares.
En las proximidades de Pena Corneira, a una distancia poco mayor de un kilómetro y en dirección Norte, apréciase la existencia de una colina que ofrece la silueta inconfundible de un «castran (lám. Ir. e). Por las laderas asciende un suave escalonado hasta alcanzar los bordes de extensa plataforma, en ]a cual no resulta difícil reconocer una porción menor más elevada y más llana, coincidente con ]a característica disposición castrense de la acrópolis.
Si a esto unimos la existencia de gran cantidad de restos de muros y restos cerámicos, recipientes y «tégulas», que descubrimos en ]a amplia pero abrigada garganta que dejan en medio el cerro donde se asentó la fortaleza y el contiguo por su parte de Naciente, no podemos por menos de aceptar la existencia de un poblado que debió sustituir, como consecuencia de la invasión romana, al primitivo ·«castro».
Tanto por el aspecto que muestran los enterrados muros que hemos visto, como por el de la cerámica recogida, ya de tipo medieval en su mayor parte, aunque no f a1lan trozos de aspecto más vetusto, no sería muy aventurado situar aquí el emplazamiento de una pequeña población que desde la época romana persistió a través de toda la alta Edad Media (láms. 1, e y 11, a).
Todavía añade interés arqueológico y no menos pintoresco a lo descubierto, la existencia de una curiosísima fuente que; brotando de la base de una gigantesca peña llena con su abundante chorro una pileta rectangular de granito, de un metro de larga por setenta centímetros de ancho, en ]a cual el desgaste producido por los años apenas deja apreciar una sencilla decoración que, corre por todo el borde formando a manera de estrecho Jaquetón, tan del gusto de la época prerrománica (Iiunina IJ, b).
Completa el cuadro la hermosa iglesia románica de Santa María de Lamas, por nosotros dada a conocer en estas páginas (3) y que solitaria en aquellos impresionantes parajes, es mudo testimonio de la intensa vida que un tiempo lejano los animó.
Desde luego es la «Crónica o Historia Compostelana» (4) la que nos proporciona el mayor número de datos sobre la existencia de la fortaleza de Pena Corneira. Merced a esta importantísima fuente histórica, sabemos que a comienzos del siglo XI I la poseía el caballero Arias Pérez, que tan indigna participación tuvo en los sucesos que asolaron a Galicia durante la minoridad de Alfonso Vil.
Arias Pérez era hijo de D. Pedro Arias, señor de Deza (5). Estuvo casado con Ildaria o Ilduara (según la «Compostel1ana») hija de] prócer gallego D. Pedro Froilan, Conde de Traba, y de su segunda esposa dolía Mayor Guntroda Rodríguez (6). Pertenecía Arias Pérez a la clase de la nobleza inferior (7) o de segunda categoría («protestantes»), que si bien ejercían el entonces análoga jurisdicción corno «vicarios» de] rey («tenentes vices») a ]a mantenida por los condes o «comités», no gozaban, en cambio, como éstos de poder legislativo, sino, tan sólo, judicial y ejecutivo en determinada medida y por especial concesión real (8). En estas condiciones poseía Arias Pérez la fortaleza de Castro Lobeira (Villagarcía de Arosa) con todo el territorio a ella perteneciente (9), mas en lo que a Pena Corneira se refiere debió ser de su propiedad, al menos así parece indicarlo la «Compostelana» a] referirse al hecho de la donación que a requerimientos de Gelmírez y ya cansado, sin duda, de sus continuas rebeldías, hace a favor de la iglesia de Santiago del castillo con todas sus pertenencias (10).,
Es la «Compostelana» también ]a que con prolijos detalles narra los movidos sucesos de que, en gran parte, fue escenario la fortaleza de Pena Corneira durante ]a minoridad de Alfonso VII Siguiéndola recogeremos aquí brevemente los hechos que con aquélla se relacionan y las causas que los motivaron.
Al tener lugar el año 1107 el fallecimiento de D. Ramón de Borgoña, esposo de doña Urraca, hija mayor del entonces rey Alfonso VI, dejando un hijo de poco más de dos años de edad, Alfonso Raimundez, convocó el monarca a una junta en León a todos los nobles de Galicia. Allí les obligó a jurar ante el Obispo D. Diego Gelmírez el reconocimiento de vasallaje y aceptación de homenaje al joven príncipe Alfonso Raimundez como futuro rey de Galicia. A tal fin nombró tutor y custodio del pequeño infante a D. Pedro Froilaz, Conde de Traba, que ya había sido designado como tal por el difunto Conde D. Ramón de Borgoña. Muerto Alfonso VI el año 1109, fueron muchos los nobles que formaron partido contra la regencia del Conde de Traba y, como consecuencia, contra el señorío del príncipe Alfonso, reclamando, en cambio, la intervención de la madre de éste, ]a reina Doña Urraca. Destacaban entre los nobles representantes de este partido, D. Pedro Arias, señor de Deza; su hijo Arias Pérez, señor de Pena Corneira; Juan Díaz, señor de Orcellón, Pelayo Gudesteiz y algunos otros, que constituyeron una «hermandad» sometida a un pacto de ayuda mutua e incansable acción contra sus adversarios (11).
Consecuencia de esta acción contra el poder y la misión de verdadera regencia del Conde de Traba fue el sitio puesto a comienzos del año 1111 por los sublevados a la fortaleza de Castrelo de Miño, próxima a la actual Ribadavia, donde se hallaba el príncipe Alfonso al cuidado de la Condesa de Traba con algunos caballeros que estaban a su servicio (12). Defendiéronse éstos bravamente, pero el número de los sitiadores, que acaudillaba Arias Pérez, considerablemente aumentado al haber conseguido los de la «hermandad» atraer a su bando a las gentes de la comarca y lo prolongado del sitio, que hacía insostenible la resistencia a los de la fortaleza por faltarles agua y alimentos, forzó a una capitulación entre los jefes de uno y otro partido, si bien exigiendo los sitiados que asistiese a la entrega de la fortaleza y firmase las condiciones de capitulación el Prelado de Compostela D. Diego Gelmírez. Conformes ambas partes, enviaron una embajada al Obispo a fin de que le informase de todo y solicitase, a la vez, su presencia en Castrelo de Miño.
Acudió presuroso Gelmírez, siempre animado del deseo de paz, y una vez cruzado el Miño, ya en presencia de la Condesa y del pequeño príncipe, se decidió la entrega de la fortaleza a cambio de la libertad y aun protección ofrecida por los sitiadores a cuantos se hallaban en ella. Mas al llegar a tal punto, el caballero Arias Pérez, faltando a todo lo convenido y a la fidelidad debida al Prelado, a quien estaba estrechamente obligado por el vínculo de homenaje, así como por los sueldos y préstamos que de su liberalidad había recibido, hace prisioneros al propio Gelmírez y a la Condesa con el pequeño Infante, después de haber atacado a traición, y valiéndose de las sombras de la noche, a las gentes que formaban, la escolta del Prelado.
A este hecho dedica la «Compostelana» varios capítulos (13) y a ellos nos remitimos para el conocimiento en detalle de tan revueltos sucesos. Atengámonos nosotros aquí, solamente, a los que cumplen directamente él nuestro propósito. Hecho prisionero Gelmírez, así como la Condesa de Traba y el regio niño, fueron conducidos por Arias Pérez, en larga y penosa jornada, hasta las proximidades del monasterio de San Esteban de Ribas de Sil, donde pernoctaron, dejando a los prisioneros cuidadosamente vigilados y custodiados por fuerte guardia de caballeros (14). Se aprecia que Arias Pérez no quiso pernoctar en aquel importante cenobio benedictino, pues la «Compostelana» dice claramente se detuvieron a descansar junto al monasterio y no en él, como interpreta López Ferreiro (15). Al siguiente día, muy de madrugada, partieron en dirección Norte, cruzando el Miño por «Ambasmestas», o sea, la confluencia del Sil y el Miño, donde se halla el actual pueblo de Los Peares.
En este lugar fue increpado duramente Arias Pérez por el Prelado y sus acompañantes, quienes le echaron en cara la afrenta cometida contra tan dignas y superiores personas. Viendo aquél la imposibilidad de obtener mayores beneficios de la apurada situación de los prisioneros y ya pesaroso de lo realizado, aceptó dar libertad a D. Diego Gelmírez a cambio de la cesión temporal de los castillos de Oeste (Catoira) y de Santa María de La Lanzada. Aquel mismo día, después de un rápido recorrido de unos 20 kilómetros, llegó la comitiva a los llanos de Amoeiro y allí, en algún pueblo o fortaleza que no cita la «Compostelana», se juró y firmó el convenio. Para dar cumplimiento a lo pactado partieron para Santiago Munio Eriz y Froilán Menéndez como enviados del Prelado y de Arias Pérez, respectivamente (16).
Puede suponerse que, pernoctaron en aquel mismo lugar y también que muy de madrugada, aun dentro de la noche, prosiguieran el viaje con la misma prisa que se sabe emplearan en el anterior recorrido, por cuanto nos dice la «Compostelana» que al apuntar, la luz del segundo día «entraron en el castillo de San Juan de Pena Corneira» (17).
El itinerario seguido desde Amoeiro hasta Pena Corneira, unos 16 kilómetros aproximadamente, debió hacerse cruzando las tierras de Maside, Señorín (Carballino), castro de Moldes o Castro Cavadoso y Pazos de Arenteiro. Sorprende, ciertamente, el enorme recorrido efectuado y la extraña vuelta que para alcanzar Pena Corneira hubieron de dar. Las razones no las explica la crónica; sin embargo, cabe suponer que dada la calidad de los prisioneros y el crecido número de personas a ellos afectas en Galicia, obligaría a Arias Pérez a tomar múltiples y desusadas precauciones para rehuir la proximidad de poderosos adversarios que a lo largo del camino pudieran tropezar.
La permanencia de Gelmírez como prisionero en el castillo de Pena Corneira fue breve, pues al siguiente día de su llegada era conducido por malos caminos y montes cubiertos de maleza al castillo de Lobeira (cercano a Villagarcía de Arosa), separándosele así del Infante D. Alfonso, de la Condesa de Traba y de los caballeros de su servicio también prisioneros y que bajo la custodia de las gentes de Arias Pérez, puestas entonces bajo el mando del padre de éste, D. Pedro Arias, quedaron recluidos en Pena Corneira.
En Castro Lobeira pudo cumplirse el acuerdo estipulado en Amoeiro y recobrar así Gelmírez su libertad. En cuanto el Prelado se vio entre los suyos en Santiago, donde se le dispensó un cariñoso e impresionante recibimiento, se dedicó sin descanso a obtener la libertad del pequeño príncipe recluido en los agrestes picachos de Pena Corneira. Unido Gelmírez al Conde de Traba, también animado del mismo propósito, celebraron ambos una entrevista a orillas del río Tambre, en la cual juzgaron que para obtener la paz en el país era imprescindible conseguir la libertad del Infante D. Alfonso y proc1amarlo cuanto antes rey de Galicia (18).
A fin de lograrlo decidieron deponer sus justos deseos de venganza y castigo contra Arias Pérez y sus partidarios, celebrando un pacto de amistad con ellos. Quedó así restablecida la paz y el Príncipe fue puesto en libertad. Sobre los primeros días de septiembre de aquel año de 1111, hacía entrega, en Puente Cesures, Arias Pérez al Conde de Traba del Infante D. Alfonso, la Condesa de Traba y demás prisioneros. Al domingo siguiente, 17 de septiembre de 1111 (19), fue llevado el Príncipe a Santiago Y en la Catedral le coronó solemnemente Gelmírez, proclamándole rey de Galicia.
La permanencia del pequeño Príncipe y demás prisioneros en Pena Corneira fue pues, de varios meses, ya que sabemos tuvo lugar el asedio de la fortaleza de Castrelo de Miño a comienzos del año 1111. Ello prueba que el castillo de Pena Corneira; aparte su extraordinaria situación estratégica en aquellas elevaciones rocosas, poseía condiciones favorables de habitabilidad.
De otras muchas vicisitudes debió ser testigo el castillo de Pena Corneira, pues forzosamente había de seguir la suerte que le deparaba el carácter inquieto y revoltoso de su señor y propietario, el caballero Arias Pérez, quien llena páginas de la «Historia Compostelana» que narran sus constantes intrigas y sublevaciones, ya contra su suegro el Conde de Traba, ya contra la reina Doña Urraca o D. Diego Gelmírez y aun contra el rey Don Alfonso VII.
De esta última sublevación proporciona abundantes noticias la «Compostelana», haciendo aparecer nuevamente en ellas la fortaleza de Pena Corneira. Fallecida Doña Urraca el 8 de marzo de 1126 y coronado rey en León Alfonso VII, fueron muchos los nobles gallegos que se negaron a reconocerlo como tal. La inteligente y siempre oportuna intervención de Gelmírez abatió todas las resistencias, menos la del revoltoso Arias Pérez, quien fue el único que se rebeló proclamando desde sus castillos de Lobeira, San Juan de Pena Corneira y Tabeirós, que no reconocería al monarca Alfonso VII, negándose, por tanto, a prestarle homenaje o cualquier otra clase de servicio (20). Molesto el rey y ante la imposibilidad de acudir personalmente a Galicia, escribió al entonces ya Arzobispo de Santiago D. Diego Gelmírez y al Conde de Toroño, D. Gómez González (21), pidiéndoles encarecidamente que sometiesen por la fuerza de las armas tal desacato al poder real destruyendo todas las fortalezas del traidor Arias Pérez y concediendo al citado Conde las posesiones y tierras del caballero rebelde.
Reunido un gran ejército y puesto en campaña, las huestes del Arzobispo Gelmírez sitiaron y sometieron el castillo de Tabeirós, en tanto las tropas del Conde pusieron sitio a la fortaleza de Pena Corneira y a la de Castro Lobeira. Fueron sometidos todos estos núcleos de resistencia, si bien por distintos procedimientos, pues el «gato», máquina de guerra empleada por las tropas de Gelmírez para derrocar los muros de la torre de Tabeirós (22), no podía ser empleada en los agrestes picachos de Lobeira y Pena Corneira.
Aún dieron mucho que hacer al Arzobispo de Santiago las defecciones y rebeldías de Arias Pérez. Sin embargo, no deja la «Compostelana» de dedicarle, ya al final, todo un capítulo (23). Refiérese en éste cómo con motivo del fallecimiento de su suegra doña Mayor, Condesa de Traba, al ser llevado con todos los honores el cadáver a Santiago para ser allí sepultado, acudió con otros muchos nobles Arias Pérez, que asistió al sepelio todo enlutado. Viéndole el Arzobispo, aprovechó la ocasión para hablarle a solas, y tocando a lo más íntimo de sus sentimientos le indujo a penitencia y arrepentimiento. Mucho debió cambiar su carácter, por cuanto aceptando los consejos de Gelmírez dejó en herencia «para después de su muerte y por la salud y remedio de su alma» a la iglesia compostelana el castíllo de San Juan de Pena Corneira con todas sus pertenencias y la mitad del monasterio de Arcos de la Condesa (Caldas de Reyes), encargando se diese sepultura a su cuerpo en el cementerio de la misma iglesia. A esto redujo el arrepentimiento la soberbia y ambición de uno de los caballeros más célebres, de su tiempo en Galicia.
Así pasó el castillo de Pena Corneira a ser propiedad de la Mitra compostelana. Luego pasarían por él todas las consecuencias de los turbulentos días que la levantisca e inquieta nobleza gallega proporcionó a la historia de la región durante la baja Edad Media, sin que tengamos otras referencias directas que anotar. Tan sólo el hecho de que a comienzos del siglo xv perteneciese el castillo de Pena Corneira al Conde Ribadavia, muestra que el poder real por cualquier transacción de las múltiples impuestas por éste a ,la Mitra compostelana durante tan azarosa época, recuperó la propiedad de la fortaleza y sus tierras, permitiendo esto que en el reparto de mercedes hecho por Enrique de Trastamara al ocupar el trono como resultado del fratricidio de Pedro I, adjudicase con el señorío de Ribadavia y sus tierras el castillo de Pena Corneira al Adelantado Mayor de Galicia D. Pedro Ruiz Sarmiento.
Más tarde, y a juzgar por las relaciones de Molina, Boan y otros, el derrocamiento de fortalezas durante la revuelta de los «Hermandinos» no alcanzó a Pena Corneira, pues no figura en ellas; pero no pudo, en cambio, escapar a la suerte que los Reyes Católicos depararon a un buen número de castillos en Galicia para reducir definitivamente con su destrucción el desorden social promovido por el poderío y abusos feudales de ciertos nobles gallegos. En la interesantísima publicación del ilustre investigador D. José ,Couselo Bouzas, titulada «La Guerra Hermandina» (24), basada en el proceso, por él descubierto, promovido el año 1526 contra D. Alfonso de Fonseca por su sucesor en la Sede compostelana, don Juan Tavera, con motivo de la destrucción de fortalezas y casas fuertes propiedad del Arzobispo de Santiago por los «hermandinos», se recogen datos que proporcionan los testigos del proceso y por ellos sabemos que así como D.Fernando de Acuña y el licenciado Garci López de Ghinchilla, enviados por los Reyes Católicos a Galicia para acabar con las opresiones y violencias que venían padeciéndose (25), derribaron buen número de aquellas fortalezas que no eran cabeza de merindad y no reunían determinado número de vasallos en su señorío; también los Reyes Católicos con ocasión de su viaje a Galicia ordenaron la demolición de algunas otras. Entre éstas, según detallan los testigos del proceso citado, figuraron las de Pena Corneira y el Formigueiro, del Conde de Ribadavia (26).
Esto explica por qué apenas quedan en pie restos del famoso castillo, pues su destrucción decretada por el poder real debió llevarse a cabo hasta sus cimientos. Queda, pues, al menos entre nosotros, el recuerdo de su existencia, y como último testigo que la confirma, su áspero e imponente solar.
Autor Chamoso Lamas, Manuel, 1909-1983
Título El castillo de Pena Corneira
Artigo de: Cuadernos de estudios gallegos.– T. 6 (1951) ; p. 376-388.
Tema Castelo de Pena Corneira (Leiro, Ourense)
Castelos — Galicia